Tanto odio nunca puede ser bueno, por Eduardo J. Carletti

Esta escena ocurrió en el entorno del Instituto Favaloro, el día de la internación y operación de Cristina Fernández de Kirchner, 8 de octubre de 2013. Otra gente manifestaba su amor y sus buenos deseos con plena tranquilidad

Odio

Por la foto, pensé que se la sacaron cuando acababa de pisar un cable de 380 voltios, o algo así (trampas para oso no hay en Buenos Aires). Bien, si existen tratados con demostraciones del que el odio enferma a la gente, pueden agregar esta foto y esta historia. Sé que se pueden recopilar varios tomos, pero creo que vale la pena en un sentido didáctico. Según dicen –nada menos que en InfoBae–, estuvo gritando durante media hora. Recordemos que esto sucedía frente a un hospital con personas internadas por problemas delicados. Finalmente, cansados, le arrebataron el cartel, y en respuesta ella les rasgó las banderas a varios jóvenes.



Seguramente, desde su punto de vista, ella es «la sana» y «la que tiene la razón»… y los demás son las bestias que la agredieron. Así ocurre.

A Cristina la respaldamos varios millones, varios millones que seguimos firmes en nuestro cariño y agradecimiento, y volvimos a votar por este proyecto, y es razonable pensar que existe una población de al menos 11,5 millones que si bien hoy estarán enojados porque los afecta la inflación (que no es por culpa ni por deseo de Cristina ni de ninguno de nosotros), que estarán confundidos por los rostros de los candidatos, que estarán frustrados por algo (a veces pienso que alguna franja no despreciable de la sociedad contrabandeaba con dólares comprados libremente, quizás sin intención comercial, o quizás sí –basta con ver los sitios como Mercadolibre–), pero que seguro no la odian con tanta intensidad, o nunca la hubiesen votado. Es de suponer que entre las familias de estos 11,5 millones que votamos en 2011 hay muchos niños y jóvenes que no votaron entonces por la edad, incluso que tampoco votaron en agosto, que no serán alimentados con este odio, como debe ocurrir en la familia de esta mujer (al menos es lo que imagino).

Es decir, razonando así (y no pretendo tener la razón) quizás la mitad de la población está «de un lado», y la mitad «del otro».

Soñemos con que la sociedad se contagie más fácil de sentimientos positivos, o al menos se mantenga dentro de los sentimientos neutrales, antes que imbuirse en el odio que nos expresa esta gente (de hecho, he visto su perfil, y ella es «moderada» ante la gente que tiene de contacto y comenta en su muro).

Sé que hay bastante gente mayor que tiene ese odio por dentro –yo soy mayor, así que no hablo de segunda mano–, quizás por arrastre de una época de desatinos, de muerte y de lucha armada. Lo mejor que puede pasar es que no le trasmitan un odio así a los niños y jóvenes en sus familias. Porque sus ofensas son tan fuertes que, en verdad, la escalada de esta división crea un clima de guerra civil.

Menos mal que nosotros no somos violentos.

Aprendimos.

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